2012-07-23 00:00:00

Entre enero y mayo del 2008, cuando hice la cobertura periodística del juicio oral que concluyó con la condena del ex presidente Alberto Fujimori como autor mediato de los asesinatos de Barrios Altos y La Cantuta, pude conocer de cerca la calaña de los integrantes del grupo de aniquilamiento conocido como “Colina”.
Algo que me llamó la atención fue la sangre fría propia de los psicópatas que mostró su jefe operativo, el mayor del Ejército Santiago Martin Rivas, quien pretendía convencer a los jueces de que su labor era la de un “analista de inteligencia”. En realidad “Colina”, fue creado por Vladimiro Montesinos y el comandante general del Ejército Nicolás Hermosa Ríos, y con el aval político del propio presidente Alberto Fujimori, como un “grupo de la muerte”.
“Colina” era la estrategia que Montesinos le había vendido a Fujimori para luchar contra Sendero Luminoso que por los años 90 había intensificado sus acciones terroristas. “Ojo por ojo, diente por diente”, fue la máxima que animó la creación del grupo; en otras palabras, el terrorismo de Estado contra el terrorismo senderista.
Sin embargo, los “Colina” fueron unos grandes ineptos pues nunca lograron ubicar ni detener a ningún mando senderista importante. Se dedicaron a matar supuestos subversivos. En Barrios Altos asesinaron a 15 personas, entre ellos un niño de 8 años, en noviembre de 1991; en la Cantuta secuestraron, asesinaron, luego descuartizaron y quemaron los restos de 9 estudiantes y un profesor, en julio de 1992. En Huacho, en junio de 1992 secuestraron, asesinaron y desaparecieron al periodista Pedro Yauri. En el distrito de Santa, cerca de Chimbote, en mayo de 1992 secuestraron, asesinaron y luego desaparecieron a 9 campesinos. En Huaura, secuestraron, asesinaron a seis integrantes de la familia Ventocilla, en junio de 1992. Nunca se ha probado que fueran senderistas.
Estos asesinatos fueron violaciones flagrantes a los derechos humanos y además tipificados con crímenes de lesa humanidad, pues fueron cometidos por un grupo creado desde el poder y el Estado; sus crímenes fueron sistemáticos y con un mismo patrón operativo pues la mayoría fueron detenciones ilegales, secuestros y desapariciones forzadas, tortura y asesinato.
Sin embargo, para el juez supremo Javier Villa Stein, los asesinatos de los “Colina”, no son crímenes de lesa humanidad, y por eso les ha rebajado las penas, y ha decretado la libertad de uno de los criminales. Muchas voces honestas y democráticas han repudiado el fallo de Villa Stein; otras encabezadas por el fujimorismo político han aplaudido la medida, pues creen que ello puede facilitar la libertad de su líder.
Este tipo de decisiones judiciales consolidan una vieja sospecha: las leyes no están hechas para castigar el crimen sino para estimularlo; la justicia no busca la verdad sino la oculta; y como muchos afirman, hay situaciones como estas en las que del poder judicial surge una fetidez que amenaza con asfixiar lo poco de decente y honesto que aún queda en nuestra sociedad. ¿Estaremos a tiempo de frenar esta nueva barbarie judicial?.