Salvemos al Campo para Salvar a México

2003-02-04 00:00:00

AMUCSS-ANEC-CEPCO-CIOAC-CODUC-CNOC-CNPA-FDCCH-FNDCM-REDMOCAF-UNORCA

Somos pueblos nacidos del maíz. En el germinar del grano, en el brote de la nueva milpa, en la aventura del sacrificio y la resurrección de Centéotl, el dios del maíz de nuestros antepasados, que moría para convertirse en alimento, que se sacrificaba para sostener a la humanidad, está una de las claves más valiosas de nuestra identidad. Y es gracias al milagro de la conversión de la simiente en planta y del vegetal en alimento que nuestra comunidad, que el todo que somos todos nosotros, subsiste.

Somos los hombres y las mujeres del campo, los que cosecha tras cosecha, años tras año, siglo tras siglo, hemos hecho posible que ese milagro reaparezca. Es nuestro trabajo y el de nuestras familias, es el conocimiento acumulado y transmitido de generación en generación, lo que hace factible que los cultivos broten y sus frutos y semillas lleguen a las mesas de todos.

Somos sobrevivientes que se niegan a desaparecer. Desde tiempos inmemoriales nos han querido quitar nuestras tierras, aguas y bosques. Con nuestra lucha, con nuestra sangre, las hemos recuperado.

Desde épocas remotas han tratado de despojarnos de nuestra cultura, de nuestros saberes, de nuestra raíz y razón. Con nuestra resistencia, con nuestra voluntad de conservar lo propio y ser lo que somos, las hemos recuperado y recreado.

En años recientes nos han querido volver improductivos abriendo las fronteras, que a nosotros se nos cierran, para que pasen mercancías que nosotros podemos producir. Con nuestra terquedad, con nuestro orgullo, luchamos por seguir siendo los sembradores de la tierra y por evitar que no se nos convierta en un ejército de solicitantes de migajas oficiales.

Somos una clase que se mantiene a sí misma, que procura su propio sustento, que genera riqueza para sí y para los demás. Una clase que financió la industrialización de este país con alimentos baratos y productos de exportación, que produce el agua que bebemos todos, que cuida el aire que respiramos todos. Somos productores que quieren seguir siendo productores, no un número más en el padrón gubernamental de indigentes del país.

Somos esa parte del México real que no existe en los informes presidenciales ni en los discursos gubernamentales. Esa parte del país de la que la mayoría de los políticos se acuerda sólo cuando hay elecciones cada tres años. Esa parte de la nación de la que muchos medios informativos dan cuenta exclusivamente cuando los ciclones, los terremotos, las inundaciones o la violencia se ceban sobre nosotros. Esa parte de la población mexicana que los economistas oficiales reconocen cuando hacen cuentas de lo que significan para las finanzas nacionales los 10 mil millones de dólares que, por concepto de divisas, mandan nuestros hermanos que han tenido que cruzar la frontera para trabajar en lo que deberían poder trabajar aquí. Esa parte de la patria a la que nuestros tecnócratas tricolores y blanquiazules, esos que los campos que mejor conocen son los campos de golf, quisieran mandar al mar para que sus aspiraciones de tener un agro sin campesinos se hicieran realidad.

El campo no aguanta más. Los ejidatarios, avecindados, comuneros, jornaleros, pequeños propietarios, indígenas, medieros, aparceros, migrantes no aguantamos más.

Las mujeres, los hombres, los ancianos, los niños, los jóvenes del agro no aguantamos más.

Nuestras tierras, nuestras aguas, nuestros bosques, nuestra riqueza biológica, nuestras semillas, nuestros recursos naturales no aguantan más.

El campo no aguanta más no porque los campesinos no queramos trabajar sino porque las políticas en curso quieren hacernos dejar de trabajar.

El campo no aguanta más no porque no produzcamos alimentos sino porque la apertura comercial salvaje, que debía servir para estimular la competitividad –pero que en realidad la desalienta porque se basa en importaciones fuertemente subsidiadas-, nos está sacando de la competencia.

El campo no aguanta más no porque queramos vivir como un lastre del pasado sino porque no se invierten recursos para permitirnos ser la reserva de futuro.

El campo no aguanta más no sólo porque no hay protección suficiente a nuestra producción nacional sino porque las que aún existen, por ejemplo con el maíz y con el frijol, son permanentemente violadas por los funcionarios mexicanos.

El campo no aguanta más, no sólo porque la contrarreforma al artículo 27 constitucional fue un auténtico fracaso para atraer inversión privada al campo y estimular la producción, sino porque nos coloca, día a día, ante el peligro de perder nuestra tierra.

No hay actividad más incierta que la producción agrícola. El clima, las plagas, la volatilidad de los mercados, el gusto de los consumidores, todo es incierto. Desde hace muchos años, en casi todo el mundo, las políticas públicas eran el instrumento para dar un razonable margen de certidumbre a nuestra actividad. Sin embargo, en nuestro país, desde hace años, en nombre de la libertad y la competencia, esas políticas han venido desaparecido. Muchas de las que sobreviven NO benefician a los campesinos sino a las grandes compañías trasnacionales que quieren hacer de los hombres del campo nuevos peones, y a los grandes agricultores privados, convertidos ahora en una nueva versión de los Amigos de Fox.

El campo no aguanta más: desde finales de 1994, 2 mil 200 mexicanos han muerto al tratar de cruzar la frontera con Estados Unidos sin papeles.

El campo no aguanta más: mientras que una vaca en la Unión Europea recibe un subsidio diario de 2.2 dólares, casi dos de cada tres familias campesinas en nuestro país obtienen ingresos menores a ese monto.

El campo no aguanta más: gastamos en comprar alimentos del exterior casi el 80 por ciento de los ingresos que obtuvimos por vender nuestro petróleo. Es decir, exportamos un bien no renovable de valor estratégico para adquirir comida que podría producirse aquí.

Muchos de los grandes impulsos sociales que han transformado a nuestro país han nacido de la sociedad rural. De la ira campesina e indígena se alimentaron la Independencia, la Reforma, la Revolución, el Cardenismo, el ¡Ya Basta! de nuestros hermanos indígenas del Sureste. Quien sepa leer los signos de los tiempos podrá darse cuenta que la exasperación de un campo que no aguanta más anuncia la inminencia de la tormenta.

Para quienes desde arriba marcan el rumbo de la economía y de la política sin detenerse a mirar al país de abajo, los campesinos somos tan sólo sobrantes de una modernización que se sueña urbana. No hay para nosotros un lugar digno donde ser, ni un futuro para nuestros hijos que no sea el que dejen de ser lo que nosotros somos. Y a pesar de ello se habla de estabilidad y de gobernabilidad, hoy sujetada con alfileres. No se entiende que mientras no se abra la puerta para ser parte de la nación y no sólo sus molestos excluidos no podrán desvanecerse los nubarrones que anuncian la tempestad.

Por eso, porque el campo no aguanta más, estamos hoy aquí, en esta magna plaza, en el corazón mismo de la nación. Por eso decimos: ¡Aquí estamos! ¡Del campo no nos vamos!

Y por eso, en nuestros modos campesinos, y convertido éste importante acto, en Asamblea, les preguntamos:

- Estamos de acuerdo en seguir exigiendo la renegociación inmediata del apartado agropecuario del Tratado de Libre Comercio?

- Estamos de acuerdo que el maíz y el fríjol, alimentos básicos de nuestro país, salgan de todo Tratado Comercial?

- En que el campo, los hombres y mujeres, la agricultura campesina, sean una prioridad en el desarrollo nacional, con el principio de soberanía alimentaria?

- En luchar por echar atrás la contrarreforma al Artículo 27 Constitucional?

- En exigir el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés y de la Iniciativa sobre Derechos y Cultura Indígena elaborada por la COCOPA?

Con estos acuerdos votados por todos, unánimes seguiremos adelante. Y les decimos, ¡No estamos dispuestos a tolerar amenazas a la integridad física o la libertad de nuestro compañeros¡

Porque el gobierno se niega realmente a acordar con nosotros el rumbo del campo en el país y ha decidido seguir adelante en un monólogo, es que nosotros hemos decidido iniciar los trabajos para que la palabra de los hombres y las mujeres del campo hable y sea escuchada.

Porque no estamos dispuestos a ser burlados una vez más asistiendo a foros en los que no se respeta lo que se dice y se acuerda solamente lo pactado de antemano, es que vamos a ir a todos y cada uno de los estados de la República Mexicana a oír y tejer acuerdos con todas aquellas organizaciones y grupos campesinos que quieran unirse y luchar.

Porque estamos forjando nuestra fuerza sin pedir permiso a nadie y sin recibir ordenes de nadie es que celebraremos una gran Convención Agropecuaria y un gran acuerdo y pacto campesino.

Somos pueblos nacidos del maíz. Somos parte de una patria que se quiere soberana. Somos una clase de sobrevivientes. Somos campesinos y estamos orgullosos de serlo. Queremos seguir siéndolo.

Tenemos raíz y tenemos razones. No estamos dispuestos a renunciar a ellas.

Como sucedió con la aventura del sacrificio y la resurrección de Centéotl, el dios del maíz de nuestros antepasados, que moría para convertirse en alimento, que se sacrificaba para salvar a la humanidad, la semilla de nuestra lucha germinará en un nuevo campo mexicano.

Con todos ustedes, con los trabajadores de México, con los jóvenes, con las amas de casa, con los periodistas honestos, con todos los que se identifican como sociedad civil, lo haremos posible.

Zócalo de la Ciudad de México a 31 de enero del 2003.

Muchas Gracias.

¡Vivan los hombres y mujeres del Campo¡
¡Vivan las mujeres y hombres trabadores de las ciudades¡
¡Salvemos al campo para Salvar a México¡