FSM 2005: Software libre

2005-08-09 00:00:00

Mientras usted lee estas líneas yo estaré en el Foro Social
Mundial de Porto Alegre hablando de software, Internet y
derechos de propiedad junto con el ministro-cantante
Gilberto Gil, el catedrático de Stanford y fundador de
Creative Commons, Larry Lessig, y el ex compositor de
Grateful Death y actual presidente de la Free Electronic
Frontier Foundation, John Perry Barlow.

¿Qué hacemos debatiendo de temas tecnológicos en medio de
la gran reunión mediática de movimientos sociales globales?
Pues planteando uno de los problemas esenciales de la
humanidad hoy día: cómo evitar que la extraordinaria
revolución en las tecnologías de información y comunicación
sea monopolizada y esterilizada por una visión arcaica del
derecho de propiedad y por manipulaciones de empresas como
Microsoft.

Y es que hoy día se ha demostrado que hay formas de
producción de la innovación tecnológica que pueden obtener
resultados superiores a los de las empresas tradicionales a
partir de la cooperación libre no remunerada y sin
apropiación privada del conocimiento resultante del proceso
de producción. Aunque estas formas de cooperación
productiva pueden extenderse a otras actividades, sus
resultados más espectaculares se registran en el software
informático. Lo cual no es un tema menor. El software es el
lenguaje que permite relacionarnos con los ordenadores y
los sistemas digitalizados. O sea, con las redes de

máquinas que forman la infraestructura básica de nuestra
sociedad. La apropiación privada del software es
equivalente a la apropiación de la escritura en los
orígenes de la humanidad.

Y de hecho, durante muchos siglos, la escritura se reservó
a quienes ejercían el poder y sus escribas. Pues bien,
ocurre que desde hace casi tres décadas, junto al software
propietario de empresas privadas, bien para su uso interno
bien para venderlo, se desarrolló otro tipo de software
para sistemas operativos, basado en el sistema Unix, que,
por razones legales, los laboratorios Bell se vieron
obligados a ceder a Berkeley y a otras universidades con la
autorización para modificarlo sin límites legales. La
diferencia fundamental entre ambos regímenes de propiedad
es que las empresas, como Microsoft, no difunden lo que se
llama el código fuente del programa, es decir, la fórmula
que permite modificar, mejorar y reparar en caso de
necesidad el software que se utiliza. Es algo así como si
usted recibe el motor de su coche sellado y si se estropea
ni usted ni ningún mecánico pueden repararlo.

Ni siquiera el servicio de manutención. Tiene que esperar a
que la empresa saque un nuevo modelo de coche o de programa
en el que hayan subsanado, sin que nadie sepa cómo, los
problemas detectados. Pero con el programa Unix,
inicialmente, los programadores (investigadores y
estudiantes universitarios) difundieron desde el principio
el código fuente justamente para que todo el mundo pudiera
trabajar con él y modificarlo para el beneficio de la
colectividad. De esa línea de programación salió, en 1991,
el programa Linux, desarrollado en primera versión por un
estudiante de 21 años de la Universidad de Helsinki, Linus
Torvalds, que necesitaba un programa para su tesis y tras
crear un primer sistema operativo lo puso en internet
pidiendo ayuda para mejorarlo.

Todo el mundo podía acceder al código fuente, trabajar
sobre él y ponerlo de nuevo en internet, con toda la
información y sin cobrar nada, los resultados de su
esfuerzo. En realidad, Torvalds utilizó un instrumento
legal diseñado en 1984 por el fundador del movimiento de
software libre, un programador del MIT llamado Richard
Stallman. Se conoce como General Public License (GPL) según
la cual todo el mundo puede utilizar libremente el software
publicado con esa licencia (con acceso al código fuente)
con la única condición de que todo lo que se haga sobre ese
programa se vuelva a difundir públicamente con la misma
condición, o sea, que nadie se pueda apropiar el resultado
de ese trabajo. Es decir, que lo único que se prohíbe es la
apropiación privada.

Pues bien, de esa forma de cooperación aparentemente
utópica, salieron distintas versiones de Linux, que hoy día
es generalmente considerado un sistema operativo
tecnológicamente superior a los de Microsoft, que se
utiliza en la mayoría de los servidores del world wide web
en el mundo, que ya emplean un 14% de los servidores de
gran tamaño y que cuenta con 21 millones de usuarios, en
una progresión que parece imparable. ¿Juicio subjetivo?
Miren lo que escribía en 1998 un alto ejecutivo de
Microsoft en un memorándum interno que fue filtrado y se
conoce como los documentos de Halloween:"Linux y otros
defensores del software de código abierto representan una
propuesta cada vez más creíble de que este software es tan
robusto -si no más- que las alternativas comerciales".

A partir de ahí, el documento esboza estrategias de ataque
contra el software libre, pero se encuentra con el problema,
en sus propias palabras, "para competir contra el software
de código abierto hay que apuntar a un proceso en lugar de
a una empresa". Y, naturalmente, las empresas con más
visión han entendido que ese tipo de programación libre es
el futuro, de modo que multinacionales como IBM, Oracle,
Netscape, Sun, Computer Associates, SAP, Hewlett Packard,
Dell, Silicon Graphics, y una larga lista, basan muchos de
sus sistemas en Linux y otros programas de código abierto,
siempre respetando la cláusula de la no apropiación privada
de los programas que utilizan y a cuyo desarrollo
contribuyen. Algo semejante ocurre con el programa Apache,
también creado por una red cooperativa de programadores y
que hoy, con el apoyo de IBM, pero en régimen de propiedad
libre, hace funcio-nar más de dos tercios de los servidores
del world wide web que usted utiliza.

El éxito del movimiento de software libre explica el apoyo
de numerosos gobiernos y administraciones a este tipo de
programas, incluyendo Brasil, India, China, Francia,
Alemania, Finlandia, Extremadura (donde crearon el programa
Linex, como extensión simplificada de Linux), Euskadi y,
recientemente, Catalunya. ¿Cómo es posible? Por un lado
porque las empresas más inteligentes (grandes como IBM o de
menor dimensión como Red Hat) saben ganar dinero con los
servicios y aplicaciones desarrollados a partir de los
programas de software libre sin matar la gallina de los
huevos de oro, que es la libre contribución de cientos (y
en algunos casos miles) de programadores que no donarían
gratis su tiempo y su trabajo si los demás no respetaran la
regla fundamental de no apropiarse privadamente el
resultado del trabajo cooperativo. Pero, por otro lado,
todavía hay que explicar por qué estos programadores se
dedican a esto (normalmente en horas libres o como
actividad secundaria en su horario de trabajo) sin buscar
compensación económica. Las respuestas al enigma son tan
variadas como las ideologías. Pero tenemos datos de
encuestas sobre miembros de estas comunidades cooperativas
de programadores.Ylas motivaciones son, en orden de
frecuencia: la convicción de que el software tiene que ser
libre porque es un derecho fundamental; la constatación de
que la calidad técnica del software producido es muy
superior al comercial; su mejora profesional mediante la
participación en la comunidad en red, y el divertirse con
esta actividad. Todo ello junto conduce a que estas redes
tienen una potencia de creatividad infinitamente mayor, y
por tanto un resultado de mayor calidad, a los de empresas
parapetadas tras la propiedad intelectual.

El movimiento de software libre ejemplifica una forma de
organización de la producción y la distribución en una
economía del conocimiento que se basa en la propiedad común
de la innovación, mediante la colaboración libre de los
creadores, y la apropiación privada y comercial de las
aplicaciones y productos derivados de esa creación.No se
trata de abolir la propiedad privada, sino la propiedad de
rentistas y parásitos que bloquean la innovación y la
distribución de la riqueza de la humanidad. Es un viejo
tema, desde Proudhon. Pero también es un tema fundamental
en un mundo en desarrollo donde la batalla en torno a los
derechos de propiedad intelectual es la cuestión decisiva
para que el planeta comparta la innovación y sus beneficios,
en un círculo virtuoso entre los que contribuyen a la
innovación como productores y los que la mejoran como
usuarios, estén donde estén y cualquiera que sea la
posición de poder que heredaron de la geopolítica de la
historia. De eso estamos hablando en Porto Alegre.