Derechos comunicativos para la afirmación ciudadana

2005-08-15 00:00:00

Para relatar quiénes somos requerimos acreditar desde qué
percepción de la realidad partimos, qué es lo que venimos
realizando desde que nacimos y hacia dónde vamos, aunque el
futuro no sea evidente. Es decir, expondremos sobre nuestro
devenir, insertos en el Perú que es donde nos ha tocado
emprender esta gesta. Apostamos por el país que queremos
porque es nuestro y porque sabemos con certeza que contamos
con grandes capacidades nacionales para progresar con
equidad, aunque todavía nuestras fortalezas estén dispersas.
Nos merecemos un país mejor y medios de comunicación que
acompañen nuestras esperanzas. Ese es el desafío. La
experiencia que estamos viviendo se encadena con otras y en
diversos países latinoamericanos que con sus observatorios y
veedurías de diferente estilo, están forjando nuevos lugares
de conciencia en el continente .

Un contexto conflictivo para la participación
ciudadana en los medios de comunicación

Derechos ciudadanos difíciles de ejercitar

En nuestros países es aún difícil pensar la apropiación y
ejercicio de derechos individuales en el campo de la
comunicación. La vinculación tan fuerte de los medios
audiovisuales con el entretenimiento, esa dependencia
excesiva del mercado y la publicidad, la carencia de
responsabilidades empresariales mediáticas, el ausentismo del
Estado como actor regulador, el que los públicos no paguen
por su uso y la carencia de leyes o exigencias competitivas
en el otorgamiento de licencias, entre otros factores, crean
dispositivos naturales de aceptación indulgente de la oferta
mediática en la ciudadanía. De esa manera, se ha venido
constituyendo una relación de entidades privadas con el mundo
también privado de la gente, desde el hogar. Es decir, más
que un bien público, para muchos el medio constituye un
factor de goce, en calidad de regalo, para compensar una vida
cotidiana casi siempre difícil de sostener. Así la demanda
desde este marco constitutivo no suele pasar naturalmente por
resistencia significativa alguna, menos aún por una exigencia
de calidad, especialmente cuando estos medios son asociados
al acceso a nuevas tecnologías como si fuesen un boleto de
viaje a la modernidad y a otros mundos, o como un ensayo
permanente de inclusión simbólica desde cada individuo,
aunque carezca de bases reales.

Situación ésta que se afianza cuando los públicos no reciben
desde su infancia una significativa educación para la
comunicación y por lo tanto no conocen sus derechos en este
campo. La responsabilidad principal de esta carencia estaría
en escuelas y familias. Pero tampoco se hace cargo de ella la
sociedad en su conjunto, incluyendo a los medios. Siendo
éstos tan importantes en nuestras vidas no se ofrece
pedagogías referidas al procesamiento del placer y la
adquisición de información como un desarrollo formativo
indispensable, capaz de producir cuestionamientos. No se
percibe a los públicos con capacidad de crecer y
sensibilizarse hasta en sus gustos. Es también significativo
que no exista en el país una preocupación analítica y
propositiva sobre los medios. Los comentaristas de radio y
televisión son escasos y la crítica analítica no es su
principal virtud. Desde los medios hay intolerancia con
respecto a la reprobación, por ello más bien gana la
abstención. No existen defensorías del lector ni de
televidentes u oyentes, instancias que podrían posibilitar
una participación ciudadana formativa y legitimar la crítica
como un ejercicio ciudadano natural. Desde otros sectores
los medios son mirados como culpables y malignos en sí, sólo
asociados al ejercicio de una racionalidad intelectual o de
un moralismo excesivo pues no se acepta el entretenimiento y
el goce como aspectos positivos del ser humano. Posición que
lamentablemente ayuda a forjar una contradicción
ficticiamente irremediable.

Históricamente hemos venido asistiendo en el siglo XX al
tránsito de una cultura oral a otra audiovisual sin pasar por
la escrita, en la formación de nuestras culturas nacionales
populares desde los medios masivos , especialmente a partir
de lo televisivo y lo musical, ejerciendo así la imagen y el
ritmo una fascinación altamente comunicativa para todos, pero
especialmente para aquellos que se sitúan lejos de la lecto
escritura, que son muchos. Las audiencias, si bien saben de
la mediocridad de los medios y los critican duramente , se
sienten conectados a ellos culturalmente. Hay inclusive un
acumulado implícito de agradecimientos por la diversión
otorgada y porque se puede reír o llorar adquiriendo
reconocimiento, pues satisface saber de otras historias,
sentir, e informarse de lo que pasa desde la mirada fácil, en
momentos de esparcimiento y hasta de coincidencia con la
propia identidad. Entonces, el público se sitúa en una
paradoja, pues es un contento y un descontento a la vez con
respecto a los medios, siendo difícil que sus derechos
comunicativos influyan en resolverla, pues no los conocen.

Pero como somos personas de múltiples facetas y solemos
asociar simbólicamente ficción y realidad, por ello también
establecemos comparaciones entre las ofertas mediáticas que
nos satisfacen y los problemas sociales que aparecen y se
ocultan desde los medios. Los ciudadanos latinoamericanos,
individuales y organizados reconocen qué está bien y mal en
cada país y hasta en el mundo. En nuestros escenarios no sólo
existen movimientos sociales de protesta sino que los países
mismos ya se están definiendo como sociedades en movimiento,
casi impredecibles en sus búsquedas y demandas. En ese
sentido social, la agenda cotidiana de los medios es distinta
a la ciudadana, aunque por momentos se den encuentros. Si
bien los medios podrían ingresar fácilmente al mundo de las
expectativas ciudadanas de cambio social, no es así, pues han
optado por el entretenimiento fácil de “lo que le gusta a la
gente” sin conocer a sus audiencias más a fondo , no midiendo
ni valorando sus aspiraciones por lo nuevo y lo útil. Hasta
en la información política, la oferta periodística le quitó
pasión a lo social a pesar que lo administran desde la
descripción de hechos y la presentación de casos sociales. El
supuesto es que la pobreza y el trabajo son entendidos como
temas aburridos, por lo tanto, no se visibilizan ni se
discuten con amplia participación. Muchos reconocen que los
medios hacen poco por desarrollar al país y por mejorar la
situación de la sociedad, siendo la denuncia una estrategia
insuficiente para ese fin.

Es allí donde se ubica la Veeduría, inserta en esas aparentes
contradicciones entre el gusto y la aspiración de cambios de
la ciudadanía, entre las ansías de ser reconocidos de manera
visible y el conocimiento de sus derechos a la pluralidad, la
verdad y la libertad de expresión. Entendemos que éstos son
aspectos complementarios de la demanda y no opuestos. Y es
desde esos desasosiegos e insatisfacciones donde tejemos
alianzas con los públicos de los medios apostando a una nueva
relación entre medios-sociedad-cultura, más allá del
escándalo palaciego, en la búsqueda de un futuro poder
ciudadano también mediático pero ligado al deseo y la acción
de tener algún día una sociedad donde reine la equidad y la
colaboración mutua. Así se podría ligar un nuevo proyecto de
país altamente comunicativo con otro de cultura cotidiana y
popular. El derecho a ser mejores nos asiste a todos, también
en el nivel de nuestras sensibilidades y gustos.

La corrupción nos persigue también desde los medios

Estaba a nuestro favor el compromiso de muchos medios con el
autogolpe y el fraude electoral del ex presidente Alberto
Fujimori. Y el develamiento de la corrupción mediática
evidenciada por los “vladivideos” hirió hasta las
sensibilidades más duras y autoritarias del país. Las
imágenes de bodoques de billetes a cambio de violar la tan
defendida libertad de expresión hicieron evidente la poca
solidez del castillo mediático independiente, estábamos
frente a cavernas en descomposición. De esa manera pudimos
comprobar como la visibilidad del poder era importante para
conocer su rostro real. Los medios requerían comportamientos
de transparencia que aún hasta hoy no se demuestran. Punto a
favor para el lenguaje audiovisual y su compromiso posible
con la democracia porque nos mostró nuestra miseria moral,
pero punto en contra para los empresarios de medios y sus
proyectos aparentemente comunicativos pues eran falsos.
Fuimos así sujetos de indignación, peruanos y ciudadanos del
mundo. Nos hicieron sentir su disfraz democrático en el campo
del ejercicio de la justicia. Y sin embargo, la memoria de
quienes usufructuaron la corrupción hoy trata de vestirse de
olvido. La transformación en las conciencias llegó por la
puerta falsa, convirtiéndose en un problema público, es decir
de todos. Habíamos sido engañados y las empresas sí estaban
comprometidas con el Estado, eran cómplices y beneficiarias
de la corrupción del sistema político. Así formar la Veeduría
fue la ocasión que permitía legitimar a los medios como
objetos primordiales de vigilancia y fiscalización ciudadanas
y al hacerlo también se podía mirar al poder en su conjunto.
Es significativo que la nueva Ley de Radio y Televisión
recién aprobada no tome una opción severa y sancionadora
contra la corrupción.

¿Libertad de expresión o libertad de empresa?
¿Derechos de quién?

Quizá el derecho más esclarecido en este campo de la
comunicación sea el de la libertad de expresión, pero que al
confundirse con el de libertad de empresa, se limita como
canon casi exclusivo de propietarios y gerentes, y sólo a
veces de periodistas. Su perfil económico es más vigoroso que
el democrático y el ético que casi no se desarrollan. La
rápida apropiación de este derecho como si fuese una potestad
exclusiva de los empresarios y sus gremios nacionales y
continentales o como su principal bandera de defensa del
negocio, ha llevado a grandes confusiones, haciéndonos creer
que ese es el único o el más importante de los derechos
humanos a defender desde el campo mediático, divorciándose de
muchos otros tan o más trascendentales, como son el de
justicia, verdad y solidaridad. Quizá por temor a opacar su
derecho a la “libertad de expresión” han ocultado los demás.
Es indudable que si éste existe como único y solitario valor
ético de quienes sí pueden hablar, es insostenible como
deontología profesional al no estar asociado a otros que
tengan que ver con la convivencia y la solidaridad, tomando
de manera incluyente las demandas de los demás, especialmente
las de sus públicos. La parcialidad que tal derecho exime es
evidente pues sólo sirve para quien puede ejercerlo en el
campo público. Quedan por fuera millones de personas que
aunque deseen tener derecho a la palabra pública, no tienen
acceso a ella y muchísimos otros que por diversas condiciones
sociales, culturales, religiosas, de género u otras se
sienten incapaces de asumirla o están poseídos por el miedo.
Lo que nos hace sospechar que los medios son el sector del
mercado menos comprometido con la responsabilidad social. Y
al mismo tiempo el más conservador y auto referido del mundo
empresarial. Recordemos “que los sujetos sólo se constituyen
mediante un reconocimiento recíproco: todos se reconocen por
medio del Otro como hombres libres e iguales” , principio
democrático fundamental. Y lamentablemente nuestros medios
aún no han aprendido a ver-se desde sus públicos entendidos
como ciudadanos de derecho.

Por ello, reconocemos que el proceso iniciado será lento,
como ocurrió con el derecho al trabajo, el salario y horario
justos, que fue una reivindicación histórica de prolongado
proceso de formación. Estamos recién iniciando el referido al
campo de la comunicación y la información, como un conjunto
de derechos de todos los ciudadanos. Es en esa perspectiva
que desde mi país se pensó fundar una gesta educativa cuyo
objetivo comunicacional sería una conquista democrática de
largo aliento, especialmente hoy cuando los medios empiezan a
adquirir un fuerte valor político, social y cultural en las
formaciones ciudadanas y la cimentación de poderes económicos
o políticos, más allá de los tropiezos que desprestigian su
reputación ética. Crear los derechos ciudadanos a la
comunicación es hoy un campo de elaboración más que de
normatividad inmediata o fácil. Y no puede circunscribirse
sólo al compromiso profesional de algunos sino de todos los
públicos que desean ser ciudadanos en relación con los
medios. Todos somos poseedores del derecho a la libertad de
expresión , así como nos percibimos como sujetos que debemos
recibir información del Estado . Estamos en el tránsito de
pasar de los derechos de unos a los de todos. Partimos de que
la comunicación nos debe unir y no separar subrayando
privilegios. Si buscamos un país mejor, hagámoslo entre
todos. Para ello requerimos nuevas pedagogías y espacios de
comunicación que lo posibiliten. Fue muy difícil discutir
sobre la política del Presidente Fujimori con mujeres de
organizaciones de base que se resistían a hablar del tema,
siendo receptoras de ayuda. Pero cuando implementamos un
supuesto juicio al “reality show” de Laura Bozo, el tema
político, los derechos ciudadanos y el autoritarismo pudieron
confrontarse, descubriéndonos así que cuando se habla de los
medios se habla del país y viceversa, definiéndose como una
alternativa educativa interesante para muchos temas. Las
innovaciones deben trascender el simple taller que hace
análisis racionales y distantes de los medios como si éstos
fueran externos a nosotros mismos.

Los medios como actor político y social: ciudadanos
invisibles en países carentes de deliberación

Al mismo tiempo asistimos a una nueva etapa en que la
política se des-institucionaliza como quehacer partidario
sólido y democrático, y sus supuestos dirigentes vienen
perdiendo credibilidad aceleradamente ante la constatación
de su ineficiencia, el enredo que mantienen con la corrupción
y su carencia de liderazgo frente a la ciudadanía. Ante tal
fracaso nuestros políticos buscaron diferentes estrategias
masmediáticas para recuperar confianza no siempre con éxito y
se frivolizaron en el camino, privatizando y dispersando sus
propuestas políticas para el país en medio del espectáculo.
El propio Estado sin poder diferenciarse de los gobiernos de
turno, no es capaz de transformarse y adecuarse a los nuevos
tiempos, no pude ni quiere colocar la agenda pública del país
y sostener un debate amplio e incluyente. Este
descentramiento de la política ha venido teniendo como
contraparte una ocupación de ese espacio público por los
medios quienes cada vez más adquieren poder político pues
manejan la visibilidad de lo social. Ellos dictan los temas y
legitiman protagonistas, destruyen candidatos, marcan los
pasos visibles de la corrupción, hasta señalan lo que el
presidente o los ministros deben hacer y lamentablemente
éstos les hacen caso. El escenario de conjunto es que
“mientras la política se descentra, las comunicaciones es uno
de los polos de atracción de la vida social”

Los medios son ahora los verdaderos políticos del país, han
absorbido la representación social que la política dejó de
lado. Y por ello han adquirido nuevos poderes en complicidad
con congresistas, partidos y funcionarios quienes le han
cedido el lugar que ellos no supieron ocupar. Quizá exagero
pero esa es la tendencia. Lamentablemente muchos periodistas
son colaboradores visibles de esta anomalía política y se
mantienen en silencio. En la formulación y discusión de la
ley de Radio y Televisión fue la propia Sociedad Nacional de
Radio y Televisión quien actuó de protagonista usurpando una
función congresal que no les corresponde. El Presidente de la
Comisión de Transportes y Comunicaciones del Congreso de la
República lo confirma ingenuamente al resaltar las buenas
relaciones entre empresarios de medios y políticos y las
felicitaciones que los empresarios le otorgan a la propuesta
de la Comisión en diversos comunicados. En general,
congresistas y medios no admiten los conflictos existentes
entre comunicación y política, más bien se ocultan o
subvaloran, tratando de darle soluciones prácticas, de
acuerdo a los intereses involucrados en el corto plazo.

Estamos entonces frente a un atolladero difícil de resolver.
Pues la dependencia entre medios y política es cada vez más
significativa, frente a la cual los ciudadanos nos sentimos
intimidados ante tanto poder. Y lamentablemente los dueños de
medios suelen pecar de intransigentes y discriminadores, sólo
capaces de dialogar o dar la palabra a quien concuerda con
ellos o cuando media el negocio. La posibilidad del ejercicio
crítico de la ciudadanía no tiene lugar, se mantiene como un
secreto público, estrategia en sí antidemocrática. Los
ciudadanos frente a esta coalición valemos poco o nada. Sólo
aparecemos en los medios cuando lucimos como víctimas de la
desgracia humana o el destino, protagonistas de sangre,
cómplices y autores de tragedias, generadores de desorden y
violencia.

Ubicándonos en este espinoso proceso apostamos por una mayor
autonomía entre poder político y mediático, es decir por una
libertad de expresión basada en la independencia, pero
también pretendemos la transformación democrática y ética de
ambos actores. Establecer alianzas con algunos medios es
cada vez menos posible, igualmente lo es con periodistas
eficientes y honestos a quienes hay que buscarlos a veces con
lupa. Pero, como veremos luego hay quienes ya empiezan a
trabajar ese sentido de soberanía. Tomar conciencia de este
fenómeno arrojará nuevas sensibilidades ciudadanas en este
rastreo de un nuevo y emancipado equilibrio de poderes entre
medios, política y ciudadanía. Pero, este mal paso ya dado
por los medios puede ayudar en la formación auto reflexiva de
los peruanos que día a día consumen medios y saben bien de
ellos. Desde ese lugar es posible “repolitizar” a la sociedad
en un sentido democratizador. Es otra manera de nombrar a la
recepción crítica que hoy requerimos.

En esa lógica, es evidente que la cultura deliberativa no se
promueva ni ejercite, menos aún que se expliciten los
conflictos y las diferencias entre unos y otros. Más se
recurre a entrevistar a políticos, empresarios y expertos,
que suelen diferenciarse pero sin debatir. En las noticias
gana siempre una sola versión de los hechos . Acostumbrados a
las peleas y las rupturas, los latinoamericanos no hemos
aprendido a argumentar, a escucharnos mutuamente, a
identificar desavenencias y analizarlas para entenderlas, no
requerimos información para construir opinión, siguiendo el
ejemplo de algunos periodistas. Menos aún se dialoga con la
ciudadanía. En ese sentido las audiencias públicas que
organiza nuestro Congreso obedecen a la misma lógica: un
conjunto de exposiciones, complementadas con preguntas, pero
discusión como tal, nunca, aunque quizá haya excepciones. El
modelo legitimado es la enumeración de problemas o pedidos
con un poco de ají en el insulto, pero nada más. La opinión
pública es sólo una construcción estadística superficial, por
lo tanto imaginaria, no es el resultado de un debate amplio y
de conjunto. De allí que se haya asumido el lobby negociador
“escondido” y bilateral como la única estrategia viable cuyo
proceso sólo es visible por sus resultados, sin que sepamos
por qué, cómo y a qué costos se construyó. Todavía estamos
lejos de ser realmente de