Carta Publica del Grito de los Excluidos/as a las Naciones Unidas*
Nos dirigimos a Naciones Unidas a nombre del Grito de los Excluidos/as, que es
una gran manifestación popular que el 7 de septiembre en Brasil y el 12 de
Octubre en toda América moviliza a millones de personas bajo el lema "Por pan,
trabajo y vida". Pertenecemos a diferentes países, sectores sociales de base y
formas de pensamiento, pero nos hemos unido para hacer escuchar nuestras voces
de indignación y esperanza en el ámbito internacional.
Acudimos a decir a las Naciones Unidas y a los gobiernos del mundo que es hora
de tomar acciones enérgicas para revertir la situación vergonzosa de miseria y
exclusión en la cual se le ha sumido a la mayoría de la humanidad.
Venimos a exponer sobre la situación que vivimos los hombres y mujeres pobres
del campo y de la ciudad, campesinos sin tierra, indígenas sin derechos,
desempleados y subempleados, migrantes, la niñez y la juventud, los adultos
mayores, en suma, los excluidos y excluidas del proceso de mundialización
liberal. Queremos, a la vez, acompañar nuestras denuncias con alternativas que
permitan superar tal situación.
Globalización.- Nunca como ahora la humanidad ha dispuesto de tantos recursos
económicos, tecnológicos y científicos para desterrar el azote del hambre, las
enfermedades y el analfabetismo, sin embargo la globalización neoliberal ha
puesto en el centro de sus preocupaciones los afanes de lucro en lugar de las
necesidades humanas y ha colocado el mercado por encima del bienestar social,
alejando la posibilidad de alcanzar el desarrollo social y humano que todos
anhelamos.
A la hora de evaluar la globalización en curso, uno es el criterio que tienen
los ejecutivos en sus lujosas oficinas en Nueva York, Washington, Bruselas,
Tokio y otras ciudades donde residen los poderes mundiales, las transnacionales
y las bolsas de valores, y otro, muy diferente, el de los/as excluidos/as de las
favelas de Río de Janeiro, los "pueblos jóvenes" de Lima, los indígenas del
altiplano boliviano o los campesinos sin tierra de Honduras.
Los resultados de los procesos de liberalización, desregulación y privatización
que se aplican en todo el mundo, desde hace más de dos décadas, están a la vista
y sus efectos perversos han sido demostrados con estadísticas por diversos
organismos de Naciones Unidas y de la sociedad civil: se han incremento las
desigualdades; hay mayor pobreza y desempleo; se ha degradado la calidad de los
servicios públicos; nuestras sociedades son cada vez más violentas e inseguras;
las guerras civiles, religiosas y étnicas cobran nuevas y mayores víctimas; se
extiende el tráfico de seres humanos, las campañas de "limpieza social";
persiste la inequidad entre los géneros, la violencia y la discriminación hacia
las mujeres; en fin, el medio ambiente está siendo gravemente afectado por un
modelo basado en el consumismo, la contaminación y el despilfarro, poniendo en
serio peligro el futuro de la propia vida en el planeta.
Las causas del deterioro económico, social y ambiental están directamente
relacionadas con los planes de ajuste estructural impuestos por el FMI y el
Banco Mundial, los acuerdos de la Organización Mundial de Comercio, la
concentración monopólica de las transnacionales, la deuda externa, las
privatizaciones y la crisis financiera provocadas por los capitales volátiles
ávidos de altas rentabilidades a corto plazo.
La tríada Estados Unidos-Unión Europea-Japón concentra el poder financiero, los
conglomerados industriales, la tecnología, el conocimiento y la información. El
Norte domina las estructuras económicas, militares y políticas claves como el
Fondo Monetario Internacional, FMI, el Banco Mundial, el Grupo de los 7, la
Organización Mundial de Comercio y la OTAN, y de hecho decide de facto la
política mundial en tanto que los países del Sur, que concentran el 80% de la
humanidad, tienen escaso poder de influencia y pierden progresivamente su
soberanía y su capacidad de decidir sobre sus propios asuntos.
Las transnacionales.- Un puñado de corporaciones transnacionales ha adquirido
tal poder que controla ya una cuarta parte de la economía mundial y aspira a más
con los procesos de concentración y fusiones. Son más ricas que muchos Estados,
sin que sus actos sean sometidos a control democrático alguno. Para alcanzar
altos e inmediatos niveles de rentabilidad, estas corporaciones a menudo
superexplotan la fuerza de trabajo, especialmente femenina y de la niñez, violan
los derechos humanos y sindicales e ignoran normas de seguridad elementales.
Cuando explotan los recursos naturales, turísticos, minerales, energéticos,
agrícolas y genéticos ignoran las normas medioambientales y atropellan los
derechos colectivos de las comunidades indígenas, negras, campesinas y urbanas.
Disparidades.- Las desigualdades entre el Norte y el Sur, y en el interior de
nuestros países, en lugar de disminuir, se van agigantando. En 1997, el 20% de
la población más rica del planeta se repartía el 86% de la riqueza, en tanto que
el 20% de la población más pobre recibía el 1%.
El patrimonio de los tres hombres más ricos del mundo representa un valor
superior al Producto Nacional Bruto de los 48 países más pobres con 600 millones
de habitantes. En el mundo existen 1300 millones de personas bajo el umbral de
la pobreza absoluta, 70% son mujeres. Es más, las mujeres ganan sólo la décima
parte del ingreso mundial y poseen menos de la centésima parte de la riqueza.
La diferencia entre los países más ricos y los países más pobres era de
alrededor de 3 a 1 en 1820, de 35 a 1 en 1950, de 44 a 1 en 1973 y de 72 a 1 en
1992, señala el PNUD. En este contexto, constatamos con preocupación cómo se
deterioran los términos de intercambio y caen los precios de las materias
primas. La ayuda al desarrollo disminuye y los países desarrollados están muy
lejos de cumplir su compromiso de destinar a este objetivo el 0,7% de su
Producto Interno Bruto.
La pobreza y el desempleo no solo afectan al Sur sino también al Norte. En los
países industrializados, más de 100 millones de personas viven algún grado de
pobreza, cinco millones no tienen vivienda y 37 millones están en el desempleo.
En América Latina nunca han existido tantos pobres como ahora. Al iniciar el
año 2000, 224 millones de latinoamericanos / as se encuentran atrapados en la
pesadilla de la pobreza, según reconoce la CEPAL. El número de personas
viviendo con un dólar al día se elevó de 63,7 millones en 1987 a 78,2 millones
en 1998. En el otro lado de la pirámide social, sin embargo, nunca había
existido tanta riqueza en tan pocas manos. Nuestra región lleva el triste
record de ser una de las más injustas del mundo. La liberalización y las
privatizaciones de empresas y servicios públicos han reforzado la tendencia a la
concentración de la riqueza, aunque la mayor parte del pastel ha sido entregado
al capital transnacional europeo y norteamericano.
Deuda externa.- Durante el período extraordinario de sesiones de Naciones
Unidas, reunido en Ginebra con motivo de los cinco años de la Cumbre de
Desarrollo Social de Copenhague, se reafirmó el compromiso de buscar soluciones
al problema de la deuda externa que "constituye uno de los principales
obstáculos que impide lograr tanto el desarrollo sostenible centrado en el ser
humano como la erradicación de la pobreza". No obstante, unas semanas después
el Grupo de los 7 (países más ricos) reunido en Okinawa, Japón, enterró en la
práctica, por las condiciones inaceptables impuestas, las promesas que hizo un
año atrás en Colonia de perdonar las deudas de los países pobres muy endeudados.
La deuda externa se ha convertido en un moderno mecanismo de piratería,
expoliación y sometimiento. Solo en 1999, los países "en vías de desarrollo"
realizaron una transferencia neta de 114.600 millones de dólares en beneficio de
los acreedores del Norte. La deuda es un pesado fardo que aplasta a nuestros
pueblos. Algunos países destinan más de la mitad del presupuesto público para
servir la deuda. Los planes de ajuste y austeridad que impone el FMI
representan cierre de escuelas públicas, desabastecimiento de hospitales,
paralización de obras públicas, despido de empleados públicos, en suma,
imposibilidad de salir del atraso y la pobreza.
Exclusión del trabajo decente.- La crisis financiera y el estancamiento de la
economía han determinado que el desempleo en América Latina suba de un 6% en
1990 a un 9,5% en 1999, según informes de la Organización Internacional del
Trabajo. Junto al desempleo abierto, encontramos el llamado sector informal o
no estructurado que absorbe, en algunos países como Bolivia, Colombia y Perú,
más de la mitad de la fuerza de trabajo en las zonas urbanas. Millones de
hombres, mujeres, jóvenes y niños/as pobres que se dedican a los pequeños
negocios, ventas ambulantes, trabajo a domicilio, servicios domésticos,
actividades agrícolas y otras ramas obtienen ingresos muy bajos e irregulares,
viven en una situación de inestabilidad permanente y están excluidos/as de la
protección social y de la legislación laboral. A medida que se deteriora la
situación económica, la niñez se incorpora cada vez más al mercado de trabajo
(15 millones al finalizar la década de los 90), quedando, de hecho, marginada de
la educación, la alimentación y una vida digna.
Las reformas laborales y la "flexibilización", adoptadas para atraer las
inversiones extranjeras, solo han servido para degradar aún más las condiciones
de vida del trabajador que ha visto borradas de un plumazo conquistas laborales
duramente logradas como la estabilidad, remuneraciones dignas, seguridad social,
el derecho de organización y huelga. Las condiciones de esclavitud impuestas,
principalmente a las mujeres, en las zonas francas y en las industrias
maquiladoras de México, Centroamérica y El Caribe son un claro ejemplo del tipo
de integración que los empresarios norteamericanos quieren imponer a toda la
América Latina a través del Tratado de Libre Comercio de las Américas, ALCA,
previsto para el 2005.
En tanto que un número muy reducido de la población se ha beneficiado de la
modernización de la economía, de los avances tecnológicos y del consumo
selectivo la gran mayoría de trabajadores ha visto descender en picada sus
ingresos, a tal punto que, en la década de los 90, el poder adquisitivo de los
salarios disminuyó en una tercera parte.
Autoritarismo y militarismo.- Los Estados se desentienden de sus
responsabilidades fundamentales de asegurar servicios básicos sociales para
todos, incluyendo la salud y la educación, sin embargo destinan grandes sumas a
la compra de armas, pese a que la guerra fría es cosa del pasado, y los
conflictos armados de Centroamérica han sido superados (Los gastos militares de
América Latina y el Caribe aumentaron de 16.508.5 millones de dólares en 1990 a
26.503,2 en 1998, según la CEPAL).
Inseguridades.- La violencia común y la violencia sexista, la inseguridad y la
delincuencia en las urbes latinoamericanas alcanzan niveles alarmantes. América
Latina está considerada como una de las regiones más violentas del mundo, con
tasas promedio cercanas a 20 homicidios por cada 100.000 habitantes. Las
cárceles están llenas de pobres, porque los "delincuentes de cuello y corbata"
rara vez van a prisión. La pobreza no puede considerarse como la única causa de
la desintegración social. Son las desigualdades, la corrupción, la impunidad y
la inoperancia de los sistemas judiciales los factores que contribuyen a
generarla y agudizarla.
Pese a que en América Latina y el Caribe rigen los sistemas democráticos -más
formales que reales- en varios países se criminalizan las luchas y movimientos
sociales, se persigue, encarcela, asesina y amenaza a dirigentes campesinos y
sindicales, a indígenas que luchan por la tierra, a defensores de derechos
humanos y periodistas. Grupos paramilitares financiados por latifundistas
cometen crímenes y masacres que quedan en la impunidad, actuando, muchas veces,
con la complicidad de las autoridades estatales. En las ciudades, los grupos de
"limpieza social" se encargan de eliminar a los que el sistema considera
"desechables", esto es: niños de la calle, mendigos, homosexuales, trabajadoras
sexuales.
Mujeres.- En este mundo donde se ahondan las desigualdades, las mujeres asumen
cada día más responsabilidades vinculadas a la supervivencia colectiva y con
menos recursos. Adicionalmente, las hambrunas, las catástrofes naturales, las
epidemias, las violencias que se generan en ese contexto -además de la violencia
de género-, proyectan al infinito los círculos de exclusión de las mujeres. De
igual manera, bajo un modelo donde las mayores posibilidades de éxito están
basadas en el acceso a la tecnología y al conocimiento, las posibilidades de
salir de la exclusión se restringen cada día más.
Pongamos lo dicho en un ejemplo: en el campo, donde predominan las políticas
agrícolas orientadas a la exportación, el incremento de tecnologías elimina las
posibilidades "competitivas" de la producción tradicional de las mujeres, basada
principalmente en la energía humana. Ellas, afectadas, además, por el éxodo de
los hombres a las ciudades, se ven obligadas a resolver solas su situación y la
de los niños, niñas y ancianos que quedan bajo sus cuidados.
Racismo y xenofobia.- Las diferencias ocasionadas por el color de la piel, el
origen étnico, el género, la lengua o la nacionalidad están a al orden del día.
Ningún país puede decir que se encuentra libre del azote del racismo, la
xenofobia y la intolerancia. Si en Estados Unidos persiste la opresión y la
exclusión de los afroamericanos, los latinos y los indígenas, en América Latina
y el Caribe están al orden del día los ataques xenófobos contra los bolivianos
en Argentina y contra los haitianos en República Dominicana.
En nuestras sociedades continúa vigente el apartheid social heredado de la
Colonia contra los pueblos indígenas y negros. Se manifiesta en forma de
discriminación racial en la vida cotidiana y en el momento en que se les niega
el acceso (o el acceso en igualdad de condiciones) a la tierra, a la educación,
a la justicia, a los servicios de salud, a la vivienda, a los medios de
comunicación, los bienes culturales e incluso a los establecimientos públicos y
privados.
Migrantes sin derechos.- Mientras los países del Norte exigen libertades
absolutas para la circulación de los capitales y de las mercancías, ponen
mayores restricciones al libre desplazamiento de la fuerza de trabajo y levantan
nuevos muros para impedir que los excluidos/as lleguen a sus fortalezas de
bienestar y progreso. Las prohibiciones, sin embargo, no logran detener la ola
de migrantes que escapan del hambre, las catástrofes naturales, las guerras, el
desempleo y los planes de ajuste diseñados en el Norte. Solo buscan trabajo y
mejores días para sus familias. Impedidos de emigrar legalmente, muchos caen en
las redes de traficantes inescrupulosos y se exponen a crecientes peligros.
Desde 1993 han muerto por lo menos 1.574 personas que trataban de llegar a
Europa, e igual suerte corrieron 536 personas en la frontera de México y Estados
Unidos, según fuentes periodísticas. Sin papeles, y por lo tanto sin derecho a
reclamo, los y las emigrantes son explotados en el trabajo, reciben salarios más
bajos que los nacionales, se les niega el disfrute de los derechos humanos, y
enfrentan a menudo, la violencia de los grupos neonazis y la persecución
policial.
Por esos mismos mecanismos, las mujeres son relegadas en el contexto de la
inmigración sobre todo al trabajo doméstico o sexual, ambos sin posibilidades
mayores de promoción social.
Además, aunque, según datos del Fondo de Población de Naciones Unidas, las
poblaciones migrantes apenas representan el 2% de la población mundial y la masa
monetaria que transfieren a sus países de origen es tan sólo de 70 mil millones
de dólares, las legislaciones se han endurecido en la mayoría de países, en
algunos casos tanto para quienes tienen estatus legal como ilegal.
Campesinos sin tierra.- Las políticas de liberalización, y el modelo
agroexportador controlado por latifundistas y transnacionales, arruinan la
mediana y pequeña producción agrícola que históricamente ha abastecido los
mercados internos. La apertura de las fronteras provoca la importación masiva
de alimentos y una mayor inseguridad alimentaria interna. En el campo social
estas políticas llevan a la reducción del empleo agrícola, al empobrecimiento y
exclusión de los campesinos / as del acceso a la tierra y del desarrollo
sustentable, y al incremento de las migraciones campo-ciudad.
El principio social de la Reforma Agraria, "la tierra para el que la trabaja",
pretende ser sustituido por el principio neoliberal "la tierra para el que tiene
el capital para comprarla". Como consecuencia de ello se ha generado una mayor
polarización socio-económica en el campo. En 1988, el 69% de los hogares
agrícolas en América Latina tenía muy escasa o nula participación en la tenencia
de la tierra: nueve años después, este porcentaje había aumentado al 71%. En
contraste con ello, los latifundistas han reconcentrado la tierra, como en el
caso del Brasil, en donde el 1% de los terratenientes controla el 44% de la
tierra productiva.
Exclusión de los pueblos originarios.- Las transnacionales y grupos de poder
locales ambicionan las riquezas naturales que guardan los territorios indígenas,
y pretenden apropiarse de sus conocimientos ancestrales. Las plantas que los
indígenas han descubierto, cultivado y utilizado desde tiempos remotos, con
fines alimenticios, medicinales y rituales han sido patentados en Estados
Unidos, Japón y Europa, contribuyendo para ello los Acuerdos TRIPs (Aspectos de
los Derechos de la Propiedad Intelectual vinculados al Comercio) de la
Organización Mundial de Comercio.
La supervivencia misma de los pueblos indígenas se ve amenazada por el despojo
de sus tierras, la reubicación de las poblaciones, la pobreza extrema, la
contaminación ambiental y explotación forestal, minera, petrolera y comercial,
las presas y las plantas hidroeléctricas que se desarrollan sin su
consentimiento.
Los pueblos indígenas, sin embargo, viven un momento de reivindicación de sus
derechos colectivos e identidades, de revalorización de su cultura, sus lenguas,
usos y costumbres, y plantean a los Estados el respeto de su derecho a la
autoderminación y a desarrollarse de acuerdos a sus propias modo de vida y
visión del mundo.
Juventud sin futuro.- La importancia cuantitativa de los jóvenes es innegable:
al finalizar el milenio uno de cada 6 habitantes es joven. Este sector, sin
embargo es insuficientemente atendido de manera específica. Los jóvenes se
encuentran inmersos en una globalización conflictiva que, por un lado, potencia
las expectativas de consumo pero por otro disminuye la oferta de medios (empleo,
ingresos) para alcanzarlas. Los jóvenes se encuentran afectados,
principalmente, por la privatización y la mercantilización de la educación, las
dificultades en conseguir empleo, la violencia, las drogas, el SIDA y una
desvalorización constante que tiende a verlos como "problema" y no como sujetos
activos, autónomos y capaces.
Orientación sexual.- La exclusión no se circunscribe a la cuestión económica,
ella se nutre de todas las formas y modalidades de discriminación pre-
existentes. Tal es el caso de las restricciones impuestas a la libertad de
orientación sexual, cuya intersección con otras formas de e