El Grito de los Excluidos
En 1955 se inició en Brasil el Grito de los Excluidos. Pero los mismos que lo
emitieron por primera vez están dudando si fue allí mismo o en cualquier otro
lugar de nuestra América. Aunque también mueven la cabeza, incrédulos o al
menos vacilantes, cuando algún 'tecnócrata' (perteneciente a esa hierbamala
que asfixia a nuestras naciones), insiste en saber si en efecto fue en ese
año, o antes, o es un grito que nació con nosotros y no ha cesado nunca. Por
eso, el Grito de los Excluidos no es un acto precisable en el tiempo ni en el
espacio. Salió de lo más hondo de nuestro continente, de su hueso más remoto,
y anda encarnando su cuerpo por todas partes para poder salir a la historia,
eso sí, mañana, o, a lo sumo, pasado mañana.
Ocurre que la mayor parte del pueblo latinoamericano viene siendo excluido de
la vida día tras días, esto es, de su capacidad para ejercer su derecho de
ciudadanía (es lo que se ha dado en llamar el 'apartheid social', para estar
a tono con el tiempo que vivimos, pero que poniéndolo en cristiano; no es
sino exclusión pura y simple: nos han echado del lugar que teníamos); aunque
surja la pregunta: ¿es que alguna vez lo tuvimos?, y luego del estupor la
respuesta: lo que importa es que estamos escuchando el Grito.
Nadie que tenga un ápice de solidaridad puede asegurar que el neoliberalismo
sea bueno para los países pobres de la tierra y negar que el imperialismo o
la globalización -¿no es lo mismo?- solo ha democratizado la explotación,
erigiéndola en la única relación humana.
El sistema neoliberal es de muerte, no de vida. Esta es una contratación que
no admite margen de error. El Grito de los Excluidos la asume en su íntegra,
perversa dimensión y la denuncia, desde el más amplio espectro social:
iglesias, movimientos indígenas, organizaciones de mujeres, centrales
sindicales, hombres y jóvenes, en una sola expresión: los pueblos, y estos,
que lo han perdido todo, menos su honra y su valor, se han ingeniado para
correr con los costos que supone hacerlo escuchar -los primeros materiales:
afiche y volantes se agitan ya entre millares de manos-, a sabiendas que
siempre le han negado su voz propia.
Denuncia, así mismo, que al régimen neoliberal globalizado, a la red
financiera internacional y a las élites nacionales, solo les importa la
acumulación demencial de utilidades, pasando sobre los millones de
hambrientos de la tierra y en especial de los pueblos del Tercer Mundo.
El Grito de los Excluidos anuncia su lucha contra un modelo insustentable y
propone una sociedad donde la política vuelva a ser una práctica en la cual,
junto a la economía, se subordinen a la ética y a la moral. El sistema
neoliberal no quiere personas, quiere mutantes que pululen a diario por los
gigantescos y sofisticados mercados en busca de venerados objetos que les
otorgue estatus. El Grito de los Excluidos presenta formas concretas de
acción popular tendientes a la construcción de un sistema donde se articule
un real desarrollo económico participativo y sustentable, respetando a las
personas, la vida y la naturaleza. Nada tiene que ver, por tanto, con
prácticas violentistas que mantienen en algunas regiones.
El Grito es un dolor profundo, duro, ímprobo, tremendo, por siempre
represado, que se levanta desde la sangre más antigua, alza el vuelo y, como
una tea encendida, va de punta a punta por América, llevada por manos
prisioneras y manos que sueñan todavía, llamando a la esperanza. "Un
cristiano que cree que la historia ha llegado a su fin tiene que
excomulgarse, porque está en contra de la esperanza", lo predica una y otra
vez, Fray Betto, ese dominico lúcido y terco como él solo. Por lo demás, el
neoliberalismo no es irreversible, de serlo, los millones de indigentes que
pueblan nuestro continente no tendrían otra opción que la del suicidio
colectivo: el holocausto que padecen no les daría para más.
Para trabajar el afiche de este Grito e ir completándolo en murales de ciudad
en ciudad, ha sido requerido Gustavo Pavel Egüez, uno de los grandes artistas
ecuatorianos y latinoamericanos de su generación. Allí están todos nuestros
rostros. Verifíquenlo ustedes. Rostros hechos con inmedible amor y poesía.
Rostros mágicos, como provenientes de una raza obstinada, única y múltiple.
Rostros como diciéndonos que la esperanza siempre gana.
* Marco Antonio Rodríguez, es escritor, narrador y ensayista.