Desmesuras del fútbol (Ecuador)

2003-02-14 00:00:00

Demasiada tinta se ha gastado y seguirá gastando en torno al fútbol. Corre en abundancia para propagar una perspectiva convencional: magnificarlo como deporte y como diversión, reiterar hasta la saciedad en los más nimios detalles de los partidos y del funcionamiento de los equipos, en la descripción y enjuiciamiento de cada jugada, en la condena o endiosamiento a jugadores, árbitros, dirigentes, en las novedades sobre el tobillo de X, o las declaraciones de Z....

Dosis mínimas se destinan, en cambio, a lecturas socioculturales o visiones críticas sobre este llamado “fenómeno de masas”, en una atmósfera en la que nadie llegaría a expresar incompatibilidad o abierta antipatía como lo ha hecho, por ejemplo, Cabrera Infante al afirmar: “Ese juego nefasto incita a la violencia porque es violento en sí mismo: se juega con los pies, y pocos movimientos hay tan feroces como el que supone dar una patada”.

Como noticia, el fútbol no sólo opaca o minimiza a otros deportes, sino que desplaza temas políticos y económicos de actualidad, ahora bajo el reiterado argumento de que puede convertirse en desencadenante de autoestima nacional, en la clave para salir de una crisis que ha tocado ya fibras básicas de identidad (y que desde luego debe ser encarada desde otros ángulos).

Por convicción, por cálculo, o por seguir la corriente, la mayoría pliega y abona a esa perspectiva. Disentir de esta poderosa corriente resulta entonces impopular, pero también inevitable ante los riesgos que supone tomar al fútbol como proyecto de país, como recurso político, como modelo de acción o de análisis, según llega a proponerse en medio de la desmesura .

Es irrefutable el hecho de que el fútbol moviliza y emociona, pero no todo es espontáneo: mucho se explica por la constante labor mediática que induce, y ésta a su vez por la confluencia de negocios e intereses de poder incontrastable, como pudo observarse en la última Copa América, cuando para la conflictiva ratificación de Colombia como sede tuvieron peso decisivo las empresas cuya publicidad estaba ya comprometida.

La afición, la práctica, la subcultura del fútbol, son básicamente masculinas. Suponen rutinas, relaciones, modos de organización; exigen tiempo y recursos personales; implican la adopción de lenguaje y simbolismos con frecuencia impregnados de machismo. En ese mundo la presencia de mujeres es marginal y resulta accesoria; sin embargo, para justificar la desmesura, se repite que el fútbol es en estos momentos la única distracción y esperanza del pueblo, generalizando como si fuera común a todas y todos lo que viven muchos hombres como experiencia de pasión, satisfacción, escape y hasta de felicidad.

El porfiado empeño por destacarnos en éste deporte lleva a desproporciones e injusticias en el financiamiento: se concentran ahí recursos que en cambio se escatiman para disciplinas que, objetivamente, registran mejores resultados y potencialidades pese a la desatención. La generosidad con el fútbol contrasta con la mezquindad en el trato hacia áreas que construyen positivamente nuestra identidad, como la música; patético ejemplo reciente es el trato dado a la Orquesta Sinfónica Nacional. Sesgos y distorsiones similares se repiten en varios planos de la inversión y el gasto, si no, cuántas veces se prioriza la cancha y no la guardería o el alcantarillado, los uniformes y no los libros, el alcohol –para el festejo o el lamento- y no los alimentos u otras necesidades personales y familiares tan apremiantes como insatisfechas.

Acaso uno de los pocos rasgos positivos, un signo alentador, es que el fútbol se haya convertido en escenario de oportunidades y reivindicación personal para no pocos afroecuatorianos, hecho aún más destacable en medio de actitudes y discursos racistas que plagan este ambiente.

No es una novedad la proyección del fútbol hacia la arena política, pero ahora se aprecia con cuánta intensidad se adoptan como válidos ésta subcultura, sus ritos y valores. De ahí que, como recurso destacado en la temprana campaña de Alvaro Noboa, los campeonatos auspiciados por ese candidato presidencial, con uniformes y demás, sean la actividad preponderante de fin de semana en localidades y recintos de la Costa.

Cómo fundar un proyecto alternativo de país en el “sí se puede” (de ingrata recordación febrescorderista) que nos remite a la competencia y eliminación de los contrarios como valores supremos, y a episodios de triunfo, festejo y alegría que tienen como contracara la derrota y el lamento de otros?

La frase “Ecuador, mi país”, que tantos contenidos puede tener, se desgasta y torna vulnerable al quedar atada al resultado de un partido de fútbol, en tanto no ha sido promovida ante hechos más significativos como por ejemplo el reconocimiento de la cultura Zápara como patrimonio de la humanidad, prácticamente ignorado por el gobierno y escasamente valorado por la sociedad.

Colocar tantas expectativas, esperanzas y recursos en el fútbol no nos conviene como país. Nos empobrece adoptar su lógica de competencia, de ganadores y perdedores, de buenos y malos, desde una posición de espectadores. El ánimo y la identidad venidos a menos se irán recuperando como parte de un proyecto colectivo y democrático, que recupere y fortalezca nuestro espíritu colaborativo y solidario, nuestro acervo de diversidad; que afirme la autoestima a través del ejercicio de derechos, de la justicia y la equidad.

Quito, agosto 2001

* Magdalena León T*. Red Latinoamericana Mujeres Transformando la Economía